NOTICIA COMENTADA 579
Nuestros peligros: fariseísmo. CAMINANTE WANDERER. 01feb23. https://caminante-wanderer.blogspot.com/
Resumen:
El segundo de los peligros que afectan particularmente al mundo tradicionalista y que quiero señalar es el fariseísmo, y utilizo esta expresión que suena muy dura, y lo es, por comodidad. Espero ser claro en lo que quiero decir con ella.
Con cierta frecuencia se observa entre los asistentes habituales a la misa tradicional, sea a capillas en "plena comunión" en "comunión imperfecta", el convencimiento de que, porque han descubiertos y son fieles a la liturgia secular de la iglesia, pertenecen a una minoría privilegiada que ha tenido la posibilidad, sea por el factor que sea, de acceder a un universo de sacralidad, belleza y abundancia de gracias, al que muy pocos cristianos conocen, y que ningún pagano imagina. Es un convencimiento acertado; efectivamente es así. El problema es que de un modo más o menos consciente algunos a veces dan un paso ulterior que consiste en convencerse igualmente que, por estar en ese grupo privilegiado, se forma también del "pequeño rebaño", es decir, del grupo de los elegidos y, consecuentemente, están ya casi salvados.
Esta actitud es problemática por varios motivos pero el que en mi opinión es el más grave es que tales fieles concluyen silogísticamente con la convicción de que la salvación les viene por la liturgia tradicional. Y la salvación, todo lo sabemos, nos viene por la fe en Jesucristo.

El que nos salva es Jesucristo; Él es la Vida y Él es el dador de la "gracia en que nos mantenemos y nos gloriamos, en la esperanza y en la gloria de Dios" (Rm. 5,2). Nuestra justificación y nuestra salvación no nos vienen por la liturgia tradicional; nos vienen por la fe en Jesucristo. Y lo cierto es que nos resulta muy fácil y cómodo descentrarnos y comenzar a creer que seremos justificados porque asistimos puntual y devotamente a la misa latina, mientras que los que siguen yendo al novus ordo, quién sabe qué será de ellos. Tal actitud sería análoga a la del judío que creía que se salvaba por estar circuncidado; o al de los fariseos por cumplir con cada una de las abluciones y ayunos que marcaba la ley. Todos sabemos lo que es la misa, y la sublimidad de la liturgia, y en esta página nos hemos dedicado años a hablar sobre el tema. Pero no nos salvamos por la misa ni es la misa la que nos salva: nos salvamos por nuestra fe en Jesucristo y es Él quien nos salva. Nosotros no podemos hacer nada por nuestra salvación; ni siquiera ir a la misa tradicional es suficiente.
Y se entiende que no estamos hablando aquí de la sola fide del protestantismo; es la fe que se traduce en obras, que es la única fe verdadera. Hay muchos que viven como paganos, en las costumbres y en los criterios, pero que sin embargo consideran que son buenos cristianos porque todos los domingos van infaltablemente a la misa tradicional desde su más tierna infancia. Yo creo que están en un error: seguir y amar a Jesucristo, y eso implica escuchar su palabra y cumplir los mandamientos (Jn. 14,15). Ese cumplimiento es la práctica de las virtudes cristianas, y no se agota simplemente con ser habitué de la liturgia tradicional.
Y entonces, somos nosotros, los que formamos parte de esa elite de privilegiados de la que hablábamos más arriba, a quienes se nos encarga tomar el lugar de los muchos que viven aún sumergidos en el mundo de las tinieblas o que no han conocido el divino tesoro que a nosotros sí se nos dio a conocer y a amar. Y aún más, la salvación de ambos —los que lo conocemos y los que no— se obra solamente en la relación de los unos con los otros. Yo me salvaré si en la práctica de las virtudes y en mi fiel asistencia a la liturgia tomo el lugar de los otros, que no practican las virtudes y que no asisten a la liturgia. Y la salvación de ellos estará atada a que yo cumpla ese rol; como un nuevo Jesucristo, me intercambio con ellos para obrar el plan de salvación de Dios.
COMENTARIOS
Un
señalamiento muy acertado de Caminante Wanderer. El pertenecer al pequeño y
selecto grupo de quienes tenemos la oportunidad de asistir a la Misa
Tradicional es un gran regalo de Dios para nosotros: es una enorme gracia que
desafortunadamente la mayoría de los denominados cristianos, no tienen, y los
que sí la tenemos, frecuentemente la subvaloramos.
Pero nos advierte el autor de una incuestionable verdad: asistir a la Santa Misa Tradicional no nos asegura la salvación. Es un escalón muy grande, pero no suficiente.
Frecuentemente creemos y nos comportamos como los judíos y fariseos que pensaban que por estar circuncidados o por cumplir las abluciones y ayunos que marcaba su ley, ya estaban salvados. Así nosotros pensamos que por el hecho de estar en ese privilegiado grupo de quienes buscan conservar intacta la fe, especialmente lo correspondiente a la Santa Misa según el Rito Tridentino, ya prácticamente estamos salvados.
No solo eso. Algunos tradicionalistas suelen adoptar algunas posturas similares a las del fariseo cuando coincide con el publicano en el templo (Lc. 18, 9-14), y decimos análogamente: "Te doy gracias porque no soy como los modernistas, que asisten a la nueva misa, falsificada, y que profanan la iglesia con su vestidos mundanos y a la Eucaristía, tomándola con la mano. Yo voy a Misa todos los domingos, me cubro el cabello con un velo, rezo el rosario, doy limosna, etc". Dice Caminante Wanderer: "Los fieles concluyen silogísticamente de que la salvación les viene por la liturgia tradicional", lo cual es inexacto.

Claro que la Santa Misa Tradicional nos acerca a la salvación, pues nada menos que el acto más meritorio en la historia de la humanidad, la misma Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, pero quien nos salva es la fe en Cristo, desde luego, una fe acompañada por la obras.
Y es que muchos tradicionalistas viven como si fueran paganos; su forma de vida dista mucho de la indicada por la Doctrina.
La asistencia a la Santa Misa es necesaria, pero se requiere además de vivir realmente como cristianos, cumpliendo los preceptos indicados en el catecismo y auxiliados por la recepción frecuente de los sacramentos, especialmente la Confesión y la Comunión.